DESCARGO DE CONCIENCIA
lunes, 3 de febrero de 2014
domingo, 2 de febrero de 2014
DESCARGO DE CONCIENCIA
DESCARGO DE
CONCIENCIA
Érase un premio Nobel de medicina en
una entrevista estrella por televisión. En un momento dado fue preguntado
acerca de su pasado en general y respondió como si jamás hubiera roto un plato.
No tenía conciencia de haber hecho nada mal o algo que rectificar. Yo quedé muy
sorprendido por su respuesta y pensé que la edad había comenzado ya a causar estragos
en el científico interrogado. Y es que yo siempre he tenido por cierto que uno
de los signos de la sabiduría y de la
cordura consiste precisamente en tener conciencia de las limitaciones del ser
humano. El humorista refleja esta misma convicción cuando dice que el tonto
sólo encuentra éxitos en su vida mientras que el sabio encuentra también
errores y fracasos.
En otra ocasión el entrevistado fue un
personaje bien conocido en el campo de la política. Cuando llegó el momento la
entrevistadora le preguntó acerca de la posibilidad de que fuera designado
Presidente del Gobierno de su nación y la respuesta no se hizo esperar. Ni
siquiera se había planteado esta cuestión habida cuenta de su edad avanzada. Mi
conclusión inmediata fue que este hombre entrado en años conservaba todavía una
gran lucidez mental. En este contexto yo confieso que a lo largo de mi vida he
cometido errores y equivocaciones personales y profesionales que se fueron
subsanando con el paso del tiempo y el sentido de la responsabilidad. Pero a
veces no me siento plenamente satisfecho ya que, a pesar de las enmiendas y
rectificaciones llevadas a cabo, me queda un peso en la conciencia del que
quisiera liberarme. Para entender el sentido verdadero de esta afirmación creo
oportuno hacer algunas aclaraciones útiles.
Hay personas que se sienten muy mal cuando cometen actos
en desacuerdo con las costumbres y tradiciones que han recibido o con los
principios éticos que han de guiar la conducta humana y sienten dentro de sí
una voz persistente que les reprocha lo que han hecho. Aparece entonces eso que
llamamos remordimiento de conciencia con el aditivo de un sentimiento de
culpabilidad.
Cuando esto
ocurre se produce un desasosiego permanente en la conciencia de estas personas que
sienten la necesidad de recuperar la paz interior perdida aceptando los errores
cometidos y actuando de acuerdo con la verdad y los principios castizos de la
ética humana. Pero no siempre ocurre así cuando la educación y las costumbres
que hemos recibido de nuestros antepasados son equivocadas. La rectificación en
estos casos pudiera interpretarse como rebeldía contra el orden establecido.
Así las cosas, el sentimiento de culpabilidad puede ser reprimido pero no
curado, lo cual tiene consecuencias nefastas. El remordimiento de conciencia
persistente, en efecto, puede llevar a enfermar sicológicamente a las personas atrapadas
por el sentimiento de culpabilidad arraigado en sus conciencias. ¿Cómo
deshacernos de estos sentimientos tan indeseables y perturbadores?
Las
respuestas de la psicología convencional no resuelven el problema. Las
pastillas pueden contribuir a mitigar el remordimiento de conciencia pero las
causas del mismo no desaparecen. Tampoco vale iniciar un proceso de reeducación
de la conciencia para acostumbrarnos a seguir unas normas de comportamiento
social equivocadas. Ni el voluntarismo según el dicho de que querer es poder. Y
menos aún el buscar consuelo mediante el recurso a la bebida, el sexo
irresponsable o las drogas de todo tipo como puede ser el fumar.
En mi
opinión, de acuerdo con mi experiencia personal y profesional, la solución al
problema tiene dos etapas. La primera consiste en reconocer sinceramente que
hemos cometido errores y equivocaciones en la vida y tratar de corregirlos en
la medida en que ello sea posible teniendo en cuenta que a lo imposible nadie
está obligado. Este remedio tiene validez universal independientemente de los
protocolos de conducta impuestos por la educación recibida y los códigos de la
cultura dominante. El asumir los propios errores y corregirlos es, como he
dicho antes, unos de los signos inequívocos de madurez humana.
La segunda
etapa consiste en confesar sacramentalmente nuestras culpas reconocidas como
propias a Dios Padre, fuente del ser, del amor y de la vida. Hasta que no se
llega a esta etapa el problema de los remordimientos de conciencia no queda
totalmente resuelto. Cuando todo ese peso de remordimiento y culpabilidad
desaparece la conciencia se descarga del mismo y vuelve la tranquilidad
interior y la calma. Dicho lo cual, paso a explicar lo que quiero decir aquí cuando
hablo de mi descargo de conciencia.
Yo he
llegado, gracias a Dios, a la segunda etapa decisiva para descargar mi
conciencia pero hay algo que todavía me preocupa sin que ello me quite la paz y
felicidad alcanzada con el reconocimiento de mis pecados ante Dios y la
experiencia de su misericordia. Me refiero a los errores y equivocaciones
relacionados con el ejercicio profesional como sacerdote.
Después de
50 años de ministerio sacerdotal descubro que no siempre he estado a la altura
de las circunstancias con mis comportamientos, consejos y enseñanzas. Lo cual
significa que habré causado algún daño a personas que acudían a mí en busca de
verdad y consuelo necesarios para vivir con dignidad. Cuando ha sido posible
rectificar y pedir disculpas a los presuntamente damnificados lo he hecho de
corazón y he sentido una gran satisfacción interior por ello.
Pero en
otros casos no ha sido posible esa rectificación directa y explícita. Así pues,
cuando yo hablo aquí de descargo de conciencia por los errores cometidos
durante mi servicio sacerdotal me refiero a esos casos que no han podido ser
reparados de una forma directa y explícita en comunicación con los
damnificados. A todos ellos y ellas les pido perdón por el daño que pudiera
haberles causado con mis imprudencias y equivocaciones profesionales. Aquí
termina mi descargo de conciencia ante Dios y los hombres pero con una matización
importante. Antes de hacer esta confesión me encontraba muy tranquilo y feliz
pero ahora mucho más pensando en que Dios conoce como nadie nuestros corazones
y suple con su comprensión y amor todas nuestras debilidades humanas. (NICETO
BLÁZQUEZ, O.P).
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